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jueves, 15 de octubre de 2009

UNASUR: Un escenario de choque ideológico (Parte II)

La estrategia venezolana de lograr que Colombia desistiera de establecer supuestas bases militares norteamericanas en su territorio se basó en tres pilares: la denuncia de un supuesto plan intervencionista de EEUU en la región; la revisión del Plan Colombia, y su eventual rechazo; y el involucramiento del pueblo suramericano, a través de los gobernantes, y grupos de presión, en la decisión colombiana, es decir, pasar de ser una decisión soberana para convertirse en un asunto regional.
El tema del acuerdo militar colombo-estadounidense ha mostrado señales claras de que Uribe es, de alguna manera, un impedimento para la expansión del proyecto continental del "Nuevo Socialismo del Siglo XXI" promovido por Chávez, especialmente, cuando Colombia está redefiniendo la importancia de su relación con Venezuela, especialmente en el ámbito comercial. Es decir, mientras la Administración Uribe ha abierto la posibilidad de un mejoramiento de las relaciones con Ecuador, esta ventana no ha sido dada a Venezuela. Por el contrario, ha fortalecido sus relaciones comerciales con México, Brasil y Argentina.
En el ámbito económico, la Administración Chávez intenta vender la idea en Unasur de que sea creada una propia arquitectura financiera para la subregión ante la crisis económica actual, mediante la adopción de los mecanismos monetarios ya aprobados por la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), es decir, una moneda común (el sucre, por ejemplo aprobada por el ALBA) con el propósito de que en un futuro sirva para sustituir al dólar en el comercio regional. Sin embargo, esta propuesta es poco factible que cuente con el respaldo de Colombia, Chile y Brasil, países que dirigen parte importante de sus exportaciones al mercado estadounidense.
Además, Unasur representa para los países suramericanos una alternativa más viable que el ALBA, con lo cual, Venezuela no tendría el mismo peso específico y determinante que tiene en ésta última. Así que existe la posibilidad de que Chávez contribuya poco en el fortalecimiento de Unasur si percibe que la organización no asume decisiones concretas a favor de su proyecto. Además, Venezuela no ha mostrado argumentos sólidos para justificar su posición en contra del acuerdo de cooperación de Colombia y EEUU, lo que ha contribuido, entre otros elementos, a que fracasase en lograr una condenación regional sobre el asunto.
Por otra parte, siendo Venezuela políticamente antagónica con los EEUU e interesada en proyectar una revolución ideológica en el exterior, Venezuela teme que su seguridad nacional este bajo la constante amenaza de unos EEUU que intentan, supuestamente, apoderarse a la fuerza de sus recursos petroleros. Caracas ve esta amenaza reflejada en Colombia no sólo por la firma del acuerdo de cooperación sino por ser proclive al libre mercado y a unas relaciones directas y no en bloque respecto a EEUU. De esta manera, Venezuela intenta atraer el apoyo moral de una gran potencia extraterritorial, como lo es Rusia, a través de la firma de acuerdos de cooperación militar, económica y tecnológica. Por ejemplo, el país ha comprado a Rusia, en los últimos años, armamento militar (50 helicópteros, tanquetas y miles de rifles Kalashnikov) valorado en 4 mil millones de dólares y ha firmado acuerdos de cooperación energética relativamente importantes.
Los acuerdos, aunque simbólicos, intentan revivir, de alguna manera, los lazos de la Guerra Fría entre Moscú y América Latina, y ser instrumentos dirigidos a debilitar el poder geopolítico de EEUU en su propia área de influencia (mediante la firma de acuerdos económicos y de defensa que permitiesen la presencia en la región de asesores o buques rusos que llamasen la atención de EEUU). La mayoría de los acuerdos tecnológicos entre ambos países son, sin embargo, promesas sin fechas de inicio o proyectos sujetos a retrasos o de limitada importancia.
Por ejemplo, en el área de la energía, donde la Administración Chávez busca apoyo financiero en Rusia para enfrentar el reto que significa realizar actividades de exploración y producción en la Faja Petrolífera del Orinoco, surge la duda en saber si los rusos estarían dispuestos a invertir altas cifras de capital para desarrollar parte de esta zona, caracterizada por su alto coste, cuando ellos muy bien podrían emplearlo para modernizar y elevar su propia capacidad de producción (cuya desinversión está afectando su condición de país petrolero), además de requerir de una tecnología de punta para este tipo de crudo que permita abaratar los costes.
A parte de Rusia, Venezuela ha estrechado sus relaciones diplomáticas y de cooperación con China e Irán, países que están invirtiendo en la explotación petrolífera y minera. En este último caso, destaca la participación iraní en la explotación de las minas de uranio que posee el país y el apoyo tecnológico que, supuestamente, el Gobierno de Ahmadineyad, aportará a Venezuela para que ésta desarrolle su propio programa nuclear con fines pacíficos. La Administración Chávez aspira a desarrollar este tipo de energía como lo hacen Brasil y Argentina. El fortalecimiento de las relaciones entre Venezuela e Irán ha generado desconfianza, además, en EEUU, debido a la relación que la Teocracia Islámica tiene, supuestamente, con grupos terroristas en Oriente Medio.
En cuanto a Brasil, las recientes reuniones efectuadas en el marco de Unasur demostraron que éste país junto con Venezuela comparten en común la existencia de fuertes ambiciones regionales, al aspirar ser el padre fundador de la integración continental suramericana. Tal vez una de las razones esté en que Brasil requiera, bajo su visión, de una organización donde su peso específico derivado de su fuerza cada vez más notable en el plano internacional, se haga sentir sobre las decisiones regionales. Es decir, una Organización de Estados Americanos (OEA) sin la participación de EEUU, lo que ha logrado, hasta ahora, con Unasur.
El riesgo que hay que prever es que Unasur pudiese ser un proto-imperio brasileño en el tiempo, sobre todo en lo concerniente al ala comercial y a la supervisación de las relaciones de los países miembros con EEUU. En lo económico, la Administración Lula ha sido muy hábil como agente comercial de las transnacionales brasileñas, que han hecho espectaculares arreglos en materia de obras públicas en algunos países vecinos como Venezuela y Bolivia, y ha logrado diversificar sus exportaciones hacia nuevos mercados fuera de la región, disminuyendo su dependencia de EEUU.
Por otra parte, aunque Unasur no hace de la confrontación con EEUU su razón de ser, Brasil manifestó su molestia al nuevo acuerdo de cooperación militar al insistir en querer obtener garantías jurídicas de que las operaciones militares contra la narco-guerrilla estarían limitadas, sólo, al territorio colombiano. Al parecer Brasil teme que la fuerte presencia militar estadounidense pudiera ser empleada para atacar desde Colombia a países vecinos que, a juicio de Washington, violen principios como la democracia y la libertad. Sin embargo, el uso de este acuerdo como trampolín para realizar ataques en la región, por parte de EEUU, parece poco probable dada la crisis estructural que presenta la economía estadounidense y la complejidad de su política exterior actual, elementos que continuarán siendo sus focos de atención en el mediano y/o largo plazo.
Esta postura, diplomáticamente incisiva, de la Administración Lula en contra del fortalecimiento de las relaciones entre Colombia y EEUU mostró señales, en alguna medida, del sentimiento antiestadounidense del presidente brasileño, en lo que concierne a Suramérica, actitud que pudiera trasponerse a los intereses nacionales del país. No olvidemos que la Administración Obama ha mostrado interés por fortalecer sus relaciones bilaterales con Brasil, reconociendo su condición de líder económico y político regional. De allí que el pragmatismo tendría que seguir llevando las riendas de la diplomacia brasileña.
Tal vez la misión de Brasil podría estar en buscar integrar América del Sur sobre la base de reglas claras para la inversión y la defensa real de la democracia y de los derechos humanos, más que en proclamarse líder regional, ya que podría convertirse en un objetivo de las disputas regionales, que le obligasen a tomar posturas no acordes con los intereses del país. De todas formas, más allá del recelo mostrado por la firma del acuerdo de cooperación militar, Brasil sigue considerando a Colombia como un país aliado estratégico en la región y de importancia comercial.
Respecto a Estados Unidos, de alguna manera, Unasur busca convertirse en un foro capaz de reunir sin muchas diferencias a los detractores y simpatizantes de la Superpotencia en la región. Sin embargo, las diferencias significativas surgidas en las últimas reuniones de emergencia demostraron que, nuevamente, América Latina, y muy especialmente, Suramérica, está dividida sobre el papel que debe jugar EEUU en la zona.
No hay duda que debido a razones históricas, la presencia de soldados estadounidenses en bases colombianas es un tema políticamente muy sensible tras las pasadas invasiones militares de EEUU en América Latina, pero la Administración Obama, probablemente, es la primera sorprendida del revuelo en torno al tema de las bases y el acuerdo, al punto de colocarla en una situación a la defensiva. Tal vez la falla radique en la falta de información que rodeó, desde un principio, las negociaciones, especialmente cuando la retórica “antiyanqui” es, si se quiere, parte de la política exterior de algunos países miembros, como es el caso de Venezuela, Bolivia y en alguna medida, Ecuador.
Para EEUU, Venezuela no constituye un peligro militar para su seguridad ni para Colombia, ya que éste país cuenta con una de las mejores (formadas y equipada) fuerzas militares de la región (debido a la lucha contra la guerrilla), más la asistencia técnica estadounidense. A esto habría que agregar que si las relaciones diplomáticas fuesen rotas entre ambos países, y a pesar de la mutua dependencia, EEUU podría sustituir, en el tiempo, las importaciones petroleras provenientes de Venezuela, mientras que al país suramericano no le resultaría tan sencillo encontrar un mercado refinador adaptado a su tipo de crudo y tan próximo en términos geográficos (abaratamiento de costes de transporte). Lo que si puede ser probable es que la compra constante de armas por parte de Venezuela este siendo vista con recelo por EEUU ante el temor de que éstas pudiesen ser desviadas a grupos armados o terroristas, como dejó entrever la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, en una reunión con el presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez.
Por otro lado, mientras EEUU tiene puesta su atención en conflictos globales donde su involucramiento es total, como Irak y Afganistán, Suramérica está mirando cada vez más hacia China, India, Rusia e Irán, en detrimento de su poder político y comercial en la zona. Por ejemplo, durante los primeros seis meses de 2009, China comenzó a ser, por primera vez, el mercado exportador más grande de Brasil y está elevando, cada vez más, su capacidad de inversión en el país, especialmente en el área petrolera y minera. Compañías chinas están invirtiendo en actividades petrolíferas en Ecuador y Venezuela, mineras en Perú, y han planteado la posibilidad de construir una refinería en Costa Rica.
También otros países están interesados en invertir y elevar su presencia en la región como son Rusia, India e Irán, con lo cual la supremacía de EEUU en los asuntos de Suramérica se está resquebrajando, sutilmente, ante nuevos actores extrarregionales. Entre los factores que pueden explicar esta situación están la relativa declinación en la preeminencia política y económica de EEUU a nivel global, después de haber experimentado un período de apogeo con el fin de la Guerra Fría, y, por otro lado, a la mayor independencia económica y diplomática de países que han optado por buscar nuevos aliados. Así que la Administración Obama tiene bajo su responsabilidad el definir una nueva política exterior con Suramérica que le permita ganarse la confianza del mayor número de países, sobre la base de una política de beneficio mutuo y reglas claras, destinada a recuperar el espacio cedido.
En este contexto regional, el acuerdo de cooperación militar entre Colombia y EEUU ha servido de escenario para mirar los intereses diversos, comunes algunos, pero contradictorios otros, que tienen los países miembros de Unasur, y su relación con la que sigue siendo potencia hemisférica y global: EEUU. El futuro de la Organización dependerá de que los doce países miembros sean capaces de actuar coordinadamente en implantar políticas de integración, en todos los ámbitos, y de desarrollo sostenible que vayan más allá de los intereses mezquinos, y encuentren ventanas de oportunidades para todos. Si en lugar de centrarse en los problemas estructurales que aquejan a la región como la pobreza, la educación, y la salud, el tema de la seguridad adquiere máxima prioridad, al punto de fragmentarla, entonces, Unasur pasará a ser una Organización regional más destinada a caer en el olvido. M. Reyes

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